Consigna día 10. Escribir una historia de ficción a partir del titular de un diario que les llame la atención.
Hoy hace 50 años:
Construyeron espléndido puente que no llevaba a ninguna parte.
(La Nación, 25 de
agosto de 2021).
“Y terminada la obra, se miraron unos
a otros y se preguntaron si había valido la pena. Se acercaban a la línea
divisoria entre el puente no visible y el vacío y se lanzaban de cabeza,
buscando el cese de una eternidad que no parecía ser lo que los medios
publicaban. Las pérdidas humanas sumaban cientos.”.
Era el año 2071 y la
consigna de los Imperius era alcanzar la isla a como diera lugar. Habían pasado
ya casi doscientos años desde el primer intento de invasión y seguían tratando.
La última voluntad de su líder, el Cónsul Rom Brigde era, haciendo honor a su
apellido y linaje, construir un puente de noventa y un millas que diera por fin
con la orilla asolada de Abud, la isla maldita habitada por los nius, criaturas
que descubrieron el elixir de la supervivencia, para su mala fortuna, justo
antes de que muriera la última de las féminas de la isla y, por lo cual, no
volvió a morir niu alguno, pero tampoco a nacer.
En Abud, todos los
soldados nius atendían al mandato de su líder Barbuc y de su aliado Pú -venido
del continente años antes en una barcaza construida con cueros de asientos de
motocicleta- entre los dos alentaban a los soldados y les preparaban en alertas
para un nuevo ataque de sus enemigos históricos: los nius navales esperaban
verlos llegar en cualquier momento por el mar, por lo que se sentaban al
amanecer y al atardecer y se deleitaban mirando a cada alba y cada ocaso,
buscando figurillas navegantes que fueran a aparecer por la línea más distante;
los nius antimisiles miraban por el cielo tintado y cerúleo de la isla, miraban
todo el día el cielo, buscando la fuerza aérea enemiga que llegaría y
aprovechaban, en tal encargo y mientras tanto, para buscar figuras curiosas en
las nubes; y, sobretodo los nius mineros, vigilaban los túneles silo, antiguos
filamentos volcánicos agotados, que usaban para movilizarse clandestinamente
entre los parajes de Abud y que conectaban con el continente en parajes aliados
y para abastecerse.
Esos túneles eran su
otro secreto más preciado, uno era el elixir de la eternidad, que la prensa
divulgó y que prometió ser la salvación de todo Imperius y que sus soldados
deberían conseguir. Los nius temían que la inteligencia imperiusa descubriera
los túneles e intentara utilizarlos. Sabían que sus antagonistas enemigos nunca
descansarían en su intento de apropiarse de las montañas del sur de la isla,
donde se encontraban las hierbas insumo de la mescolanza que daba vida eterna y
con ello apoderarse de la isla. Pero nunca imaginaron lo del puente no visible.
Los de Imperius,
continuaron la construcción del puente por dos semanas más y a falta de unos
cuantos metros para su concreción, lograron divisar en los monitores de sus
gabarras castrenses algo como túneles que el infrarrojo identificó y dibujó en
los impresos que corrieron de mano en mano de los militares del Imperius.
Detuvieron la construcción y enfocaron todos sus esfuerzos en asaltar la isla
por los túneles desprotegidos. Saltaron al agua con los submarinos que se
hundieron depositando tropas de imperiusos que, apenas tocar tierra, invadieron
los laboratorios que había en cada provincia, frente a la plaza y sin reparar
en las órdenes de sus superiores, consumieron con necedad los frascos del
elixir listos para repartirse entre los habitantes de la isla y rotulados con
marcadores de colores.
Bebieron a placer ante
la vista de los nius que, de rodillas y amenazados con las armas de las
invasores apuntando a su sonrisa, se miraban con disimulo viéndoles consumir
inevitablemente el elixir que ellos pensaban les iba a dar vida eterna.
El Cónsul Bridge, miró
con sorpresa como sus soldados iban cayendo en tierra uno tras otro,
terriblemente envejecidos y despareciendo en un polvo que se confundía con la
arena de la costa. Otros, subieron en los botes de vuelta al puente no visible
y desde ahí, los que habían logrado llegar, se lanzaban al agua, como un dominó
de piezas gemelas que, lejos de conseguir la vida eterna, morían extrañamente
en el intento de apropiarse de la isla y sus secretos.
De pie, al final del
puente no visible e inconcluso, otra vez más, como tantas en la historia de los
dos pueblos, el Cónsul llamó a la retirada, mientras, a lo lejos, decenas de
nius miraban como, con el atardecer, se perdían las figurillas de los
invasores, en el horizonte y lanzándose al mar.
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