Consigna día 5. Propone escribir sobre algo
extremo. Piensen cuál es el límite que no estarían dispuestos a cruzar y
crúcenlo.
Todas las venganzas
son ironías. (Hasta la mía).
Me dijo que no. La consigna del encierro era olvidar o herir. (Me rayo los brazos y piernas). No pienso en lo dicho alguna vez. Ni siquiera volver al pensamiento doliente de imaginarle llegando, tan hermosa, verle pasar, tan distraída, y recibir su sonrisa que me cedía gentil, el día que ella se entregó a cambio de un saludo osado, se desatendió con tal de acercarse y la tomé de una vez y desde entonces pensé que podría apropiarme de todos sus demás. (Me tiro del pelo hasta dejar mechones entre los dedos.) Olvidar o herir como perdón, pasar de largo a las secuencias en la memoria, que siguen siéndome cotidianas: la conocía desde niña y siempre así, débil para mi, yo fui su amparo y abrigo, hasta para el aguacero, cuando cruzaba saltando charcos frente a mi ventana. (Me golpeo la cabeza contra la pared del fondo de este encierro.). Renace la idea de las venganzas: de que acá alguien piensa cobrarme su muerte, de que algún día saldré a buscar a la madre, a la hermana, al novio cobarde, a su hermano, al oficial que tomó la prueba de sangre y la puso en la casa del perro, donde dijeron que le escondí dos días (Se muerde, ¡que fueron tres!) y los fluidos en las poleas, arneses, líneas de vida, cortavientos y mosquetones. (Me araño los brazos, mirando por la ventana imaginaria a los sembradíos de la memoria, del patio de la que siempre fue mi casa y de la montaña de par en par cuando la cruzaba volando).
He detenido el vehículo en el cruce que da, por un lado a las termas y por el otro a la plazoleta de la iglesia. Con la suerte de los últimos días, ella tendría que pasar a las nueve y tantos minutos, que si ha salido en punto de su curso y no se ha atrasado con el torpe de su novio, ha tomado el autobús que sale del centro de Cielo Bajo a las nueve, y ha venido publicando las fotografías que se ha hecho durante el día. (Moni CS ha publicado una nueva fotografía). ¡Jah! Justo a tiempo, el trayecto se cumple puntual, aparece entre las sombras caminando solitaria y le saludo como de pasada, como una casualidad más. Sigo mi rumbo y unos pasos más adelante me detengo y bajo del vehículo, le sigo, le alcanzo, le saludo, le propongo el trato del enamorado: llevarle a casa, de mejor manera que caminando en la oscuridad, asiente con devoción mariana, es hermosa en todos sus gestos, su sonrisa ahora me pertenece y con ella me agradece que le haya ayudado a llegar bien a casa, o dos pasos antes, que a su madre no le parece bien que alguien como yo, le haya traído hasta la puerta. Es que ma se lleva bien con mi novio, insiste. Y en mi gesto queda en evidencia cuanto le detesto a él, que se ha apropiado de mi fortuna.
Al vacío salto de nuevo, con las cuerdas que me salvan del abismo. (Me sogueo el cuello). Al fondo hay del silencio que suma un río apacible, de alguna ave que planea en todas direcciones y se deja caer suicida de cabeza. En mi retina el recuerdo de la noche en que ella me permitió acompañarle a casa, en que puso su mano sobre la mía y con el más hermoso de los gestos me entregó su despedida, hasta luego,como presente, para una próxima vez, para siempre. (Amarro el otro lado de la cuerda a la viga). Y pienso que no es más justa la vida. Que alguien le hiciera daño. Que alguien pensara en acarrearle a la fuerza. Que fuéramos de las inocencias que se juntan en las historias. Que me suplicara. Que no le escuchara. Que no supiera volar. (Yo sí he volado). Que el vacío sin cuerdas es una manera de liberarse. No es justo que no hallen remordimientos. Que después de todo lo que yo le amaba, de todo lo que yo había hecho por ella. Después de que tenía todo planeado en esta vida suya que era mía. Después de todo, que me dijera que no. Que yo no. Sigo creyendo que, a lo mejor, seguro si me quería, como yo la quería a ella.
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